Sólo puedo comparar mi facilidad para enamorarme con mi enorme disposición para el desenamoramiento. Y si bien siempre he estado dispuesto a llegar al mismo fracaso no suelo embarcarme en la misma aventura. Sin embargo, hay quien puede enamorarme y desenamorarme mil trescientas doce veces. Sí, la misma que me ha decepcionado siete veces con el único fin de ilusionarme una octava.
Ella se viste con traje de deidad, siempre envuelta en silencio y llanto. Y prodiga sonrisas durante su día mientras que en sus noches sus lágrimas me acarician. Soy su sombra allá donde no hay luz y soy su sollozo allá donde no hay llanto. Ella me olvida con su soledad mientras yo le pago con su desprecio.
Me preguntaba qué me gusta de ella y no he podido responderme, será lo mismo que me gusta de las mantecadas y demás pastelillos. No lo creo, ella es etérea como mi nube, fresca como su lluvia e intocable como nuestro viento. Y sin embargo están su aroma, su textura y todas esas cualidades que sólo prometen dulzura y suavidad. Te invitan a degustarla tan lenta y pausadamente como la eternidad.
Y semejante diva, digna de los más sublimes teatros, se conforma con aparecer desprovista de telones, con el cielo de una carpa y el aplauso de tejones. Y ningún payaso es capaz de ocultar el llanto bajo la eterna sonrisa como lo hace ella. Y sin rastro de maquilla encanta con su sonrisa a las mas venenosas serpientes, capaz de encantarme.
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