jueves, 30 de junio de 2011

Historia Ficción (Fragmentos)


Hace tiempo tuve el gusto de estar en la Academia Mexicana de la Historia con Jean Meyer. El escritor me hizo reflexionar, no sin razón, acerca del importante rol del novelista como historiador. Habrá que darle algunas vueltas.

A aquellas mentes habituadas a la historia pura y dura les parecerá un verdadero disparate novelizar los hechos. Inventarse amantes, historias entrelazadas y personajes irreales parece profano. En ese sentido me parece un sacrilegio meter las manos en las sagradas páginas de la historia. Desgraciadamente hay varios imbéciles que embuten tomos como si fuesen salchichas, aunque sólo sea para escupir sus datos como un perico maldiciones.

Muchos defensores de la historia podrían objetar, con toda la razón, que la novela es ficción. Personalmente concuerdo con ellos al calificar de dudosas las supuestas investigaciones de varios de los dedicados a la mentada novela histórica. Sin embargo, y lo digo sin pudor, sigo más dispuesto a creerme el mito que a prestar oídos a la historia.

Y no siempre son mitos los de los novelistas. Basta ver la historia oficial mexicana para casarse con la verdad de la más chusca novela. He visto más verdad histórica en Ibargüengoitia que cualquier libro de texto, de hecho, es en la novela revolucionaria del guanajuatense donde los titanes revolucionarios descienden a nivel humano para explicarnos cómo acaban por matarse unos a otros dejando al país arruinado en el intento.

Por otro lado, me parece cierta la postura de Meyer. Muchos difícilmente sabrían algo sobre Francia y sus Luises de no ser por Dumas. Es larga la lista de novelistas dedicados a inyectar vitalidad a los fríos e inertes datos de los historiadores. Muchos sabrían nada de historia y les importaría aún menos saber algo sobre los nombres y aniversarios de tan aburridos desconocidos.

¿A quién le interesa la firma de una alianza militar que ha sido rota hace tiempo? En las guerras de los historiadores no mueren personas, mueren números. ¿A quién le importa una decapitación si desconoce los sucesos en torno a ésta? En las ejecuciones de los historiadores un hombre muere por razones oficiales, no por las reales. A mí en lo personal me tiene sin cuidado la muerte de un nombre sin alma.

Lo mismo ocurre con la filosofía, entre otras ciencias. Sólo unos pocos sonados podrían interesarse por tales cosas si su primer acercamiento con estas ciencias se da recorriendo los burdos parágrafos heideggerianos, por poner un ejemplo. Hasta los más torpes pedagogos programan la introducción a la filosofía con los suculentos Diálogos Platónicos. Pocos serán los alumnos que consigan vislumbrar el Topus Uranus en su primer intento, pero al menos habrá varios interesados en tan atractiva mariguanada.

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