Pobre lobo, sus párpados pegados al insomnio. Lobo, quien no puede cerrar ojo pensando en su idolatrada metalera, en su piel de cuero y porcelana, en el placer y el dolor de sus caricias. Lobo, quien muere por un rechazo, quien resucita con una sonrisa.
Sueña despierto, sueña con sus cuerpos desnudos fundidos en un abrazo eterno mientras sus lenguas juguetean en un combate eterno narrado tan sólo por sus gemidos y susurros. Fantasea y mientras, las piernas de ambos desaparecen para convertirse en hiedras que se enredan tan tensas como el metal, tan suaves como una pluma, cubiertas por el pelaje de la lujuria y blancas como la pureza del amor.
Pobre lobo, consigue cerrar los ojos para escuchar un “Te deseo” entre sueños, bellas palabras que quizás jamás oirá, que quizás jamás merezca. Vuelve a despertar lleno de dicha y extasiado por el placer de aquellas palabras en la siempre sensual y dulce voz de la metalera. Lobo, quien se yergue en deseo, quien se deshace en ternura.
Se incorpora cubierto de sudor frío para volver a la realidad donde no es amado, donde está solo en su cama rodeada simplemente de pósteres, discos y recuerdos. No para de caminar medio dormido por su habitación con los puños contraídos por la desesperación. Finalmente se sienta en el suelo agotado. Siempre negado al deseo de regalarle esas caricias de experta prostituta, siempre será un cachorro entre sus brazos.
Pobre lobo, explora su cuerpo sediento de deseo, muerde sus falanges sumido en la angustia de su desamor. Imagina la miel de sus besos, recuerda la hiel de sus desprecios y se atormenta a sí mismo mientras, entre fantasías, la fricción de sus cuerpos los lleva al clímax empapando sus muslos de placer. Lobo, quien siempre la ama, quien a veces la odia.
Muta, se transforma según los deseos de su ama. Se ha convertido en un horrible pulpo penetrando cada hueco, succionando cada poro con sus interminables tentáculos. Es el más fuerte y el más débil, sólo en su diva encuentra las fuerzas y sólo en ella su Talón de Aquiles. Yo la observo desde mi indeferencia, en ocasiones le lanzo una sonrisa llena de ironía. Quizás la metalera lo desea, quizás es una adicta de su compañía y no se da cuenta, quizás nunca lo haga o, acaso, lo haga cuando yo finalmente, en un arranque de compasión, le de a lobo esa jeringa, esa sobredosis letal que la transporte a ese último viaje en el que ambas yacerán juntas para siempre, siempre amigas, siempre amantes.
Pobre lobo, está desesperada siente lástima por ella misma, se odia, se ama. Su amada diva en ocasiones la desea, en ocasiones la desprecia y en otras la ama. Pobre par de diosas de marmóreas, ambas sedientas de pasión, placer y sabiduría. No puedo evitar imaginármelas desde la paz de mi estudio. Qué bien se encontrarían ambos siempre unidos gozando de sus más ocultos vicios, de sus más inocentes placeres. Cuan bien se encontrarían juntas, dedicadas al arte, a la sabiduría y a la lujuria. Cuántas risas, lobo no dejaría de ser su tierno bufón, su eterna esclava. Me río entre dientes y sigo observando.
Siempre libres, siempre caprichosos. Ella siendo diosa entre las diosas y lobo su dios esclavo. Siempre juntas, de la mano hasta la eternidad, haciendo de su doble vida una sola, tan sólo la metalera y su esclavo, tan sólo dos animalitos salvajes sueltos por este mundo de hormigón.